Ayer comenzamos con las sesiones navideñas que tanto esperábamos hacer. Tengo que admitir y siempre admitiré que tengo una debilidad enorme por los niños. Es extraño, ya que generalmente un fotógrafo aunque se dedique a realizar diferentes reportajes, siempre se siente identificado de una manera más cercana a uno de ellos. En mí caso, puedo decir que tanto las bodas como los niños me encantan. Son conceptos totalmente diferentes pero cada uno de ellos sacan la parte más emocionante en mí.
Los niños me trasmiten ternura, me recuerdan a mi infancia; las tardes en el parque, las aventuras con la bici, los tazos…
Me hacen escuchar sonrisas, me sacan una sonrisa. Llenan las fotografías de magia y de ilusión. Encienden la chispa de la diversión y la felicidad en mí.
Las bodas sin embargo, encienden mi parte más tierna. Me hacen observar con atención cada caricia, cada detalle de amor. Hace que me sumerja en esa historia que llevan tanto tiempo contándome.
Cada reportaje saca algo de mí, algo que me activa y me hace plasmar instantes como éstos.
